Faltaban dos minutos para la hora de quedada y ella ya se había hecho fuerte en uno de los barriles que franquean la entrada de La Puntual. Esta bodega del Born lleva un año escaso abierta y había decidido conocerla. Ella y su grupo de salsa, con el que ha glorificado al lunes como día de asueto. Allí estaba, a las 19.58h, admirando el aspecto de bodega antigua que luce este bar de amor propio rodeado de externos, este hermano por parte de padre del mítico Xampanyet, este canto al buen producto que llevaba tiempo queriendo conocer.
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Para tapear y tomar algo sin pretensión alguna
La Fresca, la abuela y el guiri
La rutina era la habitual. A media tarde, Matilde quedaba con sus amigas y analizaban la vida. Llevaban haciéndolo 50 años. Hablaban de tiempos pasados, de los ’60, de los concurridos merenderos que los pescadores montaban cuando volvían del mar, de los Baños de San Miguel donde veían a barceloneses de bien jugando su ocio, de las comidas fastuosas que ocasionalmente disfrutaban en el antiguo Paseo Nacional, o de lo divertido que era acercarse a Las Ramblas para descubrir esa ciudad que el barrio poco intuía. Eran vecinas de la Barceloneta de toda la vida y la tarde del viernes era para ellas.
El Manolo.- Equilibrio entre siglos
«Hay que acabar con la etiqueta de los barrios y disfrutar de la ciudad. Todos los lugares de la ciudad son igual de dignos». Cambiamos la palabra «barrio» por «bar» y lo entendemos todo. Y sin cambiarla. Porque es una frase de Jose Maria Parrado, el hijo de Manolo, el que se crió entre las paredes de este bar, el que ahora se distingue entre los empresarios de la restauración en Barcelona al estar al frente de distinguidos locales como Cañete, La Dama o la terraza Fernández. Es la visión Manolo de las cosas. Indagamos en su local primigenio, el bar-restaurante, del que emana todo lo que conocemos ahora. El lugar para calentarse antes de ir a trabajar, el de comer entre agradables, el de comentar la jornada por la tarde o el de discutir de política entre callos y huevos estrellados por la noche. El que inició Manolo ahora hace 40 años en una esquina concurrida del barrio de la Verneda.
30 horas en plaza Osca
La vida en situaciones y escenarios. La vida en un barrio, en un polo de atracción ocioso e intergeneracional. La casuística de bares juega con nosotros y presenta en escasos metros cuadrados una oferta completa en la que vivir, en la que ver pasar y disfrutar de las horas extraescolares, en las que el placer cuenta el doble. Es la historia de Jordi, por ejemplo, en 30 horas, la que emana de una plaza en la que conviven 13 propuestas barísticas y 44 mesas de terraza, la que se articula con copa en mano y placer en la boca. Es su historia; podría ser la nuestra. De ruta por la plaza Osca de Barcelona.
La Volátil.- Keep calm and drink wine
Confortable, minimalista, con larga barra de leyendas en pared y sobre plato y copa. Cuidado en estética y propuesta, nos vestimos con gafas de pasta sin graduar, camisa a cuadros, pantalones de pitillo y Converse desgastadas para captar la esencia del nuevo bar de vinos de Muntaner y hablar de sulfitos, slow food, sostenibilidad y de Kelly Kapowsky. Es la paradoja de lo actual. La propuesta para todos que sólo los elegidos probarán. El teórico «para todos los públicos» provoca un efecto «boomerang» que indirectamente lo convierte en selectivo, en especial. Un bar con fondo, de estética femenina -o moderna, valorable- y cocina tranquila y pensada, para neófitos ya iniciados. Barbas al viento, que empiece la fiesta.
El Guindilla.- Treinta y tantos
Es esa edad en la que al término «joven» le sueles acompañar el adverbio «siempre». Ya no eres púber, y comienzas a valorar cosas largamente inusitadas. Sigues queriendo la informalidad inherente de quien se asusta cuando le tratan de usted pero valoras y pagas un buen manjar en sitios en los que el tú mismo de los 90 no hubiera entrado. Esa edad en la que sigues bebiendo con amigos, hasta que llega la pareja y te recuerda que el hijo mutuo es cosa de dos. Sabes perfectamente lo que es un tartar, descartas locales por calidad y no por precio y dominas los palillos japoneses como una extensión de tus manos. Has madurado pero una parte de ti no ha cambiado, el alcohol esporádico (qué tiempos aquellos en los que nada afectaba) permanece indispensable y sigues sabiendo lo que es pasárselo bien entre gente y conversaciones de mote. Y es esa inevitable levedad del ser la que un local de La Barceloneta quiere postergar. Comerás calidad, pero tu canallismo estará a salvo. Local para los de treinta y tantos, los de treinta y pocos, los de treinta y muchos eternos. Para los jóvenes siempre.
Vermutería Lou.- Parada y fonda
Sin carta, con producto, sin florituras. Una vermutería, una bodega de madera y desorden controlado, una vitrina que habla sóla y un premio a la mejor tapa de Barcelona. Un bar con terraza y sin velas, un bar de tapas, platos y raciones que varían según mercado, donde echar la primera sólo, quedar con amigos o encontrarte al diputado David Fernández departiendo en castellano. Un local que extraña a comercios hermanos por la zona «para crear una ruta donde tomar vermut y comer sin pretexto», aduce su dueña. Lourdes Branco -portuguesa de nacimiento, barcelonesa de adopción- quería un bar y ha creado la entrada barística a Gracia desde el metro Joanic. Es la Vermuería Lou, parada y fonda.
No es ella, es Moraima
“… Cuando quiero vivir, digo Moraima… Cuando quiero soñar, digo Moraima… Cuando quiero morir, no digo nada. Y me mata el silencio, de no decir Moraima…”. El poeta gallego Celso Emilio Ferreiro lo plasmó sobre papel y una joven emprendedora catalana le ha dado volumen y cuerpo en un local desnudo del Raval, una galería de arte con bar incorporado. Es arte en todas sus acepciones, es gastronomía, son historias sobre lienzo blanco. Pinturas, audiovisuales, Bloody Marys, cocas y ensaladas de producto forman el atrezzo. “La vida es sueño”. Soñemos en Moraima. Sigue leyendo
Tonino Valiente.- De barras y estrellas
Fue a Huesca a pasar un fin de semana y ya no volvió. Una mujer tuvo la «culpa» de que este badalonés de 35 años hiciera sus sueños realidad en la Comunidad vecina. Tras estudiar en la Escuela Hofmann de Barcelona y pasar por varios y lustrosos restaurantes, el de Artigas San Roque echó raíces en la capital altoaragonesa, apostó en la vida y salió ganando. De imagen rompedora, con tatuajes y pendientes y una cocina en miniatura aplaudida, las comparaciones con el enfant terrible de la cocina madrileña emergen. Sigue leyendo
La Barreta.- La dictadura del mercado
No es un mercado legendario, ni tan famoso como otros en Gracia, pero hace que la vida en derredor siga su ritmo. “Casi ningún bar de la zona abre por las tardes. La calle sigue la pauta del mercado de la Estrella”. Lo dice Vane, una cocinera ex elBulli cansada de la alta cocina que regenta desde 2010 un pequeño bar a escasos metros del sol de calle. Es La Barreta, un bar de comidas, un bar donde el manido adjetivo “de comida de mercado” toma todo su sentido. Hace platos, sin menú ni carta. Adiós formalismos. Es la cocina de toda la vida. Sigue leyendo
Barcelona y las rutas de tapas
En Horta-Guinardó, Sant Antoni, la Taxonera, la Barceloneta, en toda Barcelona. Las rutas de tapas han proliferado y cada vez tienen mayor acogida. Varían en días pero acostumbran a tener una temporalidad y un objetivo común: promocionar y dar a conocer la oferta de restauración de la zona.
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Bar Pasajes.- Vagones de una vida
Como las que deja su cerveza bien tirada en el vaso, el bar Pasajes es una muestra de las muecas de la historia de la ciudad. A finales del s. XIX y principios del XX, el Pasaje de las Manufacturas funcionaba como pequeño mercado, como antesala del de Santa Caterina, que el cliente atravesaba desde la fronteriza calle Trafalgar hasta la ya céntrica Sant Pere més Alt.
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