La rutina era la habitual. A media tarde, Matilde quedaba con sus amigas y analizaban la vida. Llevaban haciéndolo 50 años. Hablaban de tiempos pasados, de los ’60, de los concurridos merenderos que los pescadores montaban cuando volvían del mar, de los Baños de San Miguel donde veían a barceloneses de bien jugando su ocio, de las comidas fastuosas que ocasionalmente disfrutaban en el antiguo Paseo Nacional, o de lo divertido que era acercarse a Las Ramblas para descubrir esa ciudad que el barrio poco intuía. Eran vecinas de la Barceloneta de toda la vida y la tarde del viernes era para ellas.
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El Manolo.- Equilibrio entre siglos
«Hay que acabar con la etiqueta de los barrios y disfrutar de la ciudad. Todos los lugares de la ciudad son igual de dignos». Cambiamos la palabra «barrio» por «bar» y lo entendemos todo. Y sin cambiarla. Porque es una frase de Jose Maria Parrado, el hijo de Manolo, el que se crió entre las paredes de este bar, el que ahora se distingue entre los empresarios de la restauración en Barcelona al estar al frente de distinguidos locales como Cañete, La Dama o la terraza Fernández. Es la visión Manolo de las cosas. Indagamos en su local primigenio, el bar-restaurante, del que emana todo lo que conocemos ahora. El lugar para calentarse antes de ir a trabajar, el de comer entre agradables, el de comentar la jornada por la tarde o el de discutir de política entre callos y huevos estrellados por la noche. El que inició Manolo ahora hace 40 años en una esquina concurrida del barrio de la Verneda.
30 horas en plaza Osca
La vida en situaciones y escenarios. La vida en un barrio, en un polo de atracción ocioso e intergeneracional. La casuística de bares juega con nosotros y presenta en escasos metros cuadrados una oferta completa en la que vivir, en la que ver pasar y disfrutar de las horas extraescolares, en las que el placer cuenta el doble. Es la historia de Jordi, por ejemplo, en 30 horas, la que emana de una plaza en la que conviven 13 propuestas barísticas y 44 mesas de terraza, la que se articula con copa en mano y placer en la boca. Es su historia; podría ser la nuestra. De ruta por la plaza Osca de Barcelona.
La Volátil.- Keep calm and drink wine
Confortable, minimalista, con larga barra de leyendas en pared y sobre plato y copa. Cuidado en estética y propuesta, nos vestimos con gafas de pasta sin graduar, camisa a cuadros, pantalones de pitillo y Converse desgastadas para captar la esencia del nuevo bar de vinos de Muntaner y hablar de sulfitos, slow food, sostenibilidad y de Kelly Kapowsky. Es la paradoja de lo actual. La propuesta para todos que sólo los elegidos probarán. El teórico «para todos los públicos» provoca un efecto «boomerang» que indirectamente lo convierte en selectivo, en especial. Un bar con fondo, de estética femenina -o moderna, valorable- y cocina tranquila y pensada, para neófitos ya iniciados. Barbas al viento, que empiece la fiesta.
Jordi Cruz.- «Cuando me den la tercera Estrella se me quitarán las ganas de cocinar»
Dos horas son suficientes para que este manresano de sonrisa pícara y verbo fácil se te meta en el bolsillo. En ese tiempo, ha saludado a propios y extraños, se ha preocupado por la pareja de clientes que andaba perdida por el restaurante, se ha hecho servir un gintonic y ha repasado con liderazgo su vida presente y futura. Al acabar, sin eludir preguntas, se ha disculpado para volver al «servicio». Los clientes esperan y el chef debe estar «al pie del cañón, como cada noche».
En medio, la presentación de su segundo libro (El cocinero Tenaz), en el que Jordi Cruz (Manresa, 29 de junio de 1978) muestra y demuestra qué se esconde tras su éxito. Tenacidad, personalidad y confianza son palabras que se repiten también en una charla en la que incidimos para saber cómo es, qué se esconde en esa cabeza amueblada de un chaval de 37 años. Presionamos y conseguimos que las palabras testosterona o sexismo también aparezcan. Una conversación cordial que habla.
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Pitarra Restaurant.- «Tants caps, tants barrets»
Es la Barcelona del cap i pota, de la burguesía catalana, de los canelones y del catalán normalizado. Es la Barcelona del s. XIX en las cuatro paredes de un restaurante del Gótico – medalla de oro de la ciudad al mérito cívico- que rinde homenaje no por casualidad a una de las figuras del teatro catalán. En este número 56 de la calle Avinyó -calle con nombre de connotaciones picasianas y mujeres divertidas- ejerció de relojero durante años un intelectual de nombre Frederic Soler (Barcelona, 1839-1895). Allí en su tienda daba cuerdas a relojes y en su trastienda empezó a escribir algunas de las páginas más gloriosas del teatro en catalán. Fundador también del Teatro Romea, Pitarra -pseudónimo con el que fue conocido-, recibió y trató, creó para la posteridad y murió con todos los reconocimientos posibles, premios y obras que pueden contemplarse ahora en las paredes de la que fue su casa, ahora el restaurante Pitarra por obra y gracias de una familia de hosteleros. Los Roig ejercen en cocina, sala y gestión, prolongado sobre plato la magia cultural que el dramaturgo legó.
El Guindilla.- Treinta y tantos
Es esa edad en la que al término «joven» le sueles acompañar el adverbio «siempre». Ya no eres púber, y comienzas a valorar cosas largamente inusitadas. Sigues queriendo la informalidad inherente de quien se asusta cuando le tratan de usted pero valoras y pagas un buen manjar en sitios en los que el tú mismo de los 90 no hubiera entrado. Esa edad en la que sigues bebiendo con amigos, hasta que llega la pareja y te recuerda que el hijo mutuo es cosa de dos. Sabes perfectamente lo que es un tartar, descartas locales por calidad y no por precio y dominas los palillos japoneses como una extensión de tus manos. Has madurado pero una parte de ti no ha cambiado, el alcohol esporádico (qué tiempos aquellos en los que nada afectaba) permanece indispensable y sigues sabiendo lo que es pasárselo bien entre gente y conversaciones de mote. Y es esa inevitable levedad del ser la que un local de La Barceloneta quiere postergar. Comerás calidad, pero tu canallismo estará a salvo. Local para los de treinta y tantos, los de treinta y pocos, los de treinta y muchos eternos. Para los jóvenes siempre.
Davita Market.- Levántate y anda
La gastronomía no es sólo comida. Es cultura y diversión, sociabilidad entre semejantes que utilizan unas horas del día para que éste valga más la pena. Es jugar y sorprenderte aunque repitas ración y lugar, mesa y propuesta. Y no pasará en el nuevo restaurante -por categorizarlo- italiano del Eixample. De nombre largo e intuitivo (Davita Italian Gastro Market), propone que nos levantemos de la silla (todo un reto para esta ciudad) y vayamos a buscar la comida. No vendrá sola. Caminaremos entre puestos de mercado especializados en diferentes propuestas siempre italianas y veremos y escogeremos interactuando con el cocinero para volver después a la mesa y comparar elecciones. Una burrata para compartir de primero, unos taglioline para ti y una pizza diavolina para mí que habremos ido a buscar parejos, y una panacotta final entre proseccos y lambruscos de nombre exótico. Divirtámonos.
Vermutería Lou.- Parada y fonda
Sin carta, con producto, sin florituras. Una vermutería, una bodega de madera y desorden controlado, una vitrina que habla sóla y un premio a la mejor tapa de Barcelona. Un bar con terraza y sin velas, un bar de tapas, platos y raciones que varían según mercado, donde echar la primera sólo, quedar con amigos o encontrarte al diputado David Fernández departiendo en castellano. Un local que extraña a comercios hermanos por la zona «para crear una ruta donde tomar vermut y comer sin pretexto», aduce su dueña. Lourdes Branco -portuguesa de nacimiento, barcelonesa de adopción- quería un bar y ha creado la entrada barística a Gracia desde el metro Joanic. Es la Vermuería Lou, parada y fonda.
L’Àvia.- Contra los gourmets
Amante del Raval y de la buena mesa, de sus conversaciones y de su comida. Manuel Vázquez Montalbán pasó por l’Àvia y seguro que volvería. Porque es imposible conocer este sitio y no recordarlo. Situado en el corazón del pequeño mundo que representa uno de los barrios más singulares de Barcelona, esta nombrada pizzería recoge mucho acerbo montalbanista. Es un restaurante de charla, de producto original. Mundano en estética; mundial en propuesta. «Contra los gourmets» es el nombre de uno de los libros gastronómicos del célebre escritor barcelonés. Seguro que está en la biblioteca que esconde l’Àvia. Porque sí, es un restaurante con biblioteca, sin cubertería de postín ni manteles a juego. Con vasos de Coca-cola y desorden controlado. Es un restaurante para hablar de bares, de comida, de literatura, donde suenan las noticias a mediodía. Para que Manolo se sintiera en casa.
Paella Bar Boqueria.- Bendita marcha atrás
Lo desaconsejan. Lo hacemos. Hay momentos en que la primera idea no siempre es la buena. Y hablamos de gastronomía. El nombre del local y sus letras en amarillo espantarían a cualquiera que sepa untar un pan con tomate o que conozca más de dos clases de paella. Huiría. No es nuestro caso. Y no sólo porque sepamos que detrás está uno de los grupos de restauración más importantes del Principado (Los Marqués del Suquet de l’Almirall). Entramos porque sí, porque la Boqueria está girando la cara al nacional, porque sigue siendo nuestro mercado aunque el inglés sea el idioma predominante, porque le damos esa segunda oportunidad. Damos la vuelta y entramos. Paella Bar Boqueria. Son las 10.00h de la mañana y queremos comer, y beber con porrón. Justificamos la marcha atrás:
Versalles.- Original es volver a los orígenes
El edificio donde se asienta no es de Gaudí. Por poco. Es de uno de sus mentores, Joan Torras i Guardiola, un vecino de San Andreu que construyó para el barrio el testigo de una vida. El Bar Versalles es casi centenario y, cómo seguro quiso su arquitecto, permanece en pie para saber a dónde vamos, para decir de dónde venimos. Son 98 años de vida de pueblo, de “cigalós” y sandwichs eternos más aún con su última reforma, que ha permitido sentir en boca y vista cómo debió ser aquella época en que la política se hacía en el bar, las mujeres no eran bienvenidas e igual servía un café para proletarios que para burgueses, vestidos todos como pensamos, como puedes imaginártelos hoy si cruzas el umbral de este bar de Gran de Sant Andreu. Es la vida de un pueblo en un bar, una vida que vuelve al origen. Sigue leyendo