Es la Barcelona del cap i pota, de la burguesía catalana, de los canelones y del catalán normalizado. Es la Barcelona del s. XIX en las cuatro paredes de un restaurante del Gótico – medalla de oro de la ciudad al mérito cívico- que rinde homenaje no por casualidad a una de las figuras del teatro catalán. En este número 56 de la calle Avinyó -calle con nombre de connotaciones picasianas y mujeres divertidas- ejerció de relojero durante años un intelectual de nombre Frederic Soler (Barcelona, 1839-1895). Allí en su tienda daba cuerdas a relojes y en su trastienda empezó a escribir algunas de las páginas más gloriosas del teatro en catalán. Fundador también del Teatro Romea, Pitarra -pseudónimo con el que fue conocido-, recibió y trató, creó para la posteridad y murió con todos los reconocimientos posibles, premios y obras que pueden contemplarse ahora en las paredes de la que fue su casa, ahora el restaurante Pitarra por obra y gracias de una familia de hosteleros. Los Roig ejercen en cocina, sala y gestión, prolongado sobre plato la magia cultural que el dramaturgo legó.
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Crítica gastronómica con poesía
El Guindilla.- Treinta y tantos
Es esa edad en la que al término «joven» le sueles acompañar el adverbio «siempre». Ya no eres púber, y comienzas a valorar cosas largamente inusitadas. Sigues queriendo la informalidad inherente de quien se asusta cuando le tratan de usted pero valoras y pagas un buen manjar en sitios en los que el tú mismo de los 90 no hubiera entrado. Esa edad en la que sigues bebiendo con amigos, hasta que llega la pareja y te recuerda que el hijo mutuo es cosa de dos. Sabes perfectamente lo que es un tartar, descartas locales por calidad y no por precio y dominas los palillos japoneses como una extensión de tus manos. Has madurado pero una parte de ti no ha cambiado, el alcohol esporádico (qué tiempos aquellos en los que nada afectaba) permanece indispensable y sigues sabiendo lo que es pasárselo bien entre gente y conversaciones de mote. Y es esa inevitable levedad del ser la que un local de La Barceloneta quiere postergar. Comerás calidad, pero tu canallismo estará a salvo. Local para los de treinta y tantos, los de treinta y pocos, los de treinta y muchos eternos. Para los jóvenes siempre.
Davita Market.- Levántate y anda
La gastronomía no es sólo comida. Es cultura y diversión, sociabilidad entre semejantes que utilizan unas horas del día para que éste valga más la pena. Es jugar y sorprenderte aunque repitas ración y lugar, mesa y propuesta. Y no pasará en el nuevo restaurante -por categorizarlo- italiano del Eixample. De nombre largo e intuitivo (Davita Italian Gastro Market), propone que nos levantemos de la silla (todo un reto para esta ciudad) y vayamos a buscar la comida. No vendrá sola. Caminaremos entre puestos de mercado especializados en diferentes propuestas siempre italianas y veremos y escogeremos interactuando con el cocinero para volver después a la mesa y comparar elecciones. Una burrata para compartir de primero, unos taglioline para ti y una pizza diavolina para mí que habremos ido a buscar parejos, y una panacotta final entre proseccos y lambruscos de nombre exótico. Divirtámonos.
Vermutería Lou.- Parada y fonda
Sin carta, con producto, sin florituras. Una vermutería, una bodega de madera y desorden controlado, una vitrina que habla sóla y un premio a la mejor tapa de Barcelona. Un bar con terraza y sin velas, un bar de tapas, platos y raciones que varían según mercado, donde echar la primera sólo, quedar con amigos o encontrarte al diputado David Fernández departiendo en castellano. Un local que extraña a comercios hermanos por la zona «para crear una ruta donde tomar vermut y comer sin pretexto», aduce su dueña. Lourdes Branco -portuguesa de nacimiento, barcelonesa de adopción- quería un bar y ha creado la entrada barística a Gracia desde el metro Joanic. Es la Vermuería Lou, parada y fonda.
L’Àvia.- Contra los gourmets
Amante del Raval y de la buena mesa, de sus conversaciones y de su comida. Manuel Vázquez Montalbán pasó por l’Àvia y seguro que volvería. Porque es imposible conocer este sitio y no recordarlo. Situado en el corazón del pequeño mundo que representa uno de los barrios más singulares de Barcelona, esta nombrada pizzería recoge mucho acerbo montalbanista. Es un restaurante de charla, de producto original. Mundano en estética; mundial en propuesta. «Contra los gourmets» es el nombre de uno de los libros gastronómicos del célebre escritor barcelonés. Seguro que está en la biblioteca que esconde l’Àvia. Porque sí, es un restaurante con biblioteca, sin cubertería de postín ni manteles a juego. Con vasos de Coca-cola y desorden controlado. Es un restaurante para hablar de bares, de comida, de literatura, donde suenan las noticias a mediodía. Para que Manolo se sintiera en casa.
Paella Bar Boqueria.- Bendita marcha atrás
Lo desaconsejan. Lo hacemos. Hay momentos en que la primera idea no siempre es la buena. Y hablamos de gastronomía. El nombre del local y sus letras en amarillo espantarían a cualquiera que sepa untar un pan con tomate o que conozca más de dos clases de paella. Huiría. No es nuestro caso. Y no sólo porque sepamos que detrás está uno de los grupos de restauración más importantes del Principado (Los Marqués del Suquet de l’Almirall). Entramos porque sí, porque la Boqueria está girando la cara al nacional, porque sigue siendo nuestro mercado aunque el inglés sea el idioma predominante, porque le damos esa segunda oportunidad. Damos la vuelta y entramos. Paella Bar Boqueria. Son las 10.00h de la mañana y queremos comer, y beber con porrón. Justificamos la marcha atrás:
Versalles.- Original es volver a los orígenes
El edificio donde se asienta no es de Gaudí. Por poco. Es de uno de sus mentores, Joan Torras i Guardiola, un vecino de San Andreu que construyó para el barrio el testigo de una vida. El Bar Versalles es casi centenario y, cómo seguro quiso su arquitecto, permanece en pie para saber a dónde vamos, para decir de dónde venimos. Son 98 años de vida de pueblo, de “cigalós” y sandwichs eternos más aún con su última reforma, que ha permitido sentir en boca y vista cómo debió ser aquella época en que la política se hacía en el bar, las mujeres no eran bienvenidas e igual servía un café para proletarios que para burgueses, vestidos todos como pensamos, como puedes imaginártelos hoy si cruzas el umbral de este bar de Gran de Sant Andreu. Es la vida de un pueblo en un bar, una vida que vuelve al origen. Sigue leyendo
No es ella, es Moraima
“… Cuando quiero vivir, digo Moraima… Cuando quiero soñar, digo Moraima… Cuando quiero morir, no digo nada. Y me mata el silencio, de no decir Moraima…”. El poeta gallego Celso Emilio Ferreiro lo plasmó sobre papel y una joven emprendedora catalana le ha dado volumen y cuerpo en un local desnudo del Raval, una galería de arte con bar incorporado. Es arte en todas sus acepciones, es gastronomía, son historias sobre lienzo blanco. Pinturas, audiovisuales, Bloody Marys, cocas y ensaladas de producto forman el atrezzo. “La vida es sueño”. Soñemos en Moraima. Sigue leyendo
Moma.- Las siete diferencias
Oro parece, plata no es. Juguemos a las siete diferencias con un pincho de pollo al curry y una copa de Priorat. Hagámoslo desde lo más profundo del barrio de Sants, desde un restaurante de cuidada estética y artístico nombre. Y hagámoslo desde su barra, que hemos reservado por teléfono. El tiempo del juego dependerá de nosotros; la hora aproximada y el día vendrán condicionados. Qué amenos resultan los estereotipos y trampantojos cuando acabas sorprendiéndote con verdades que gustan. No estamos en Nueva York -quizá sí en Bilbao-, pero bienvenidos al Moma, un bar de contrastes, matices, detalles. O era un restaurante… Sigue leyendo
La Barreta.- La dictadura del mercado
No es un mercado legendario, ni tan famoso como otros en Gracia, pero hace que la vida en derredor siga su ritmo. “Casi ningún bar de la zona abre por las tardes. La calle sigue la pauta del mercado de la Estrella”. Lo dice Vane, una cocinera ex elBulli cansada de la alta cocina que regenta desde 2010 un pequeño bar a escasos metros del sol de calle. Es La Barreta, un bar de comidas, un bar donde el manido adjetivo “de comida de mercado” toma todo su sentido. Hace platos, sin menú ni carta. Adiós formalismos. Es la cocina de toda la vida. Sigue leyendo
Bar Pasajes.- Vagones de una vida
Como las que deja su cerveza bien tirada en el vaso, el bar Pasajes es una muestra de las muecas de la historia de la ciudad. A finales del s. XIX y principios del XX, el Pasaje de las Manufacturas funcionaba como pequeño mercado, como antesala del de Santa Caterina, que el cliente atravesaba desde la fronteriza calle Trafalgar hasta la ya céntrica Sant Pere més Alt.
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La Guingueta.- Abellán al sol
No quiere ser uno más aunque sabe dónde está. A pie de playa, donde la oferta está consolidada, donde la gente sabe qué pedir y qué esperar, proponer algo más y sin miedo agrada. La Guingueta enarbola lo que somos y a lo que ha llegado a ser esta ciudad sin perder de vista el agua. Un canto a la gastronomía glocal con guiños, un helado con al firma del mejor pastelero del mundo, un sandwich que constata calidad. Es el chiringuito de Carles Abellán, un chef con estrella, un cocinero que ha visto que en la playa de Barcelona (en el corazón de La Barceloneta) también hay hueco para cambiar la forma de expresarse y llegar a todo el mundo en propuesta, en producto y en servicio, ya que tres camareros nutren la arena, desde la que se puede pedir a carta y hasta que traigan el periódico. Servicio integral. Servicio de estrella. Sigue leyendo