Es carbón, son confitados, conservas, esencia. Es producto. Es hablar desde la experiencia de una bodega centenaria, frente a mejillones y quesos manchegos mientras el camarero sugiere jugar con la grasa del jamón en un Tartine ibérico. Es disfrutar sin mantel y también en barra y en color y en blanco y negro de verdades y sorpresas de bar. De tradición y modernidad; de respeto; de firma Adriá. Porque el pequeño de la saga, el de los postres de elBulli, el mentor de los recién estrellados Tickets y 41º, también sabe hablar de antaño.
Dirección: Tamarit,91
Precio medio: Depende de tu apuesta. Caña, 2,10€. Copas de vinos, de 3 a 6€. Patats chips con salsa de vermut, 2,90€. Boquerones en vinagre y aceitunas, 4,60. Ración de queso manchego, 8,40. Pluma Ibérica, 12,50€. Helado de chocolate, 5,50€.
Imprescindible: Hablar con Ángel. Comentar. Aprender. Decantarte por las sugerencias y comprobar si sabes la verdad entre conservas y escabeches.
Horario: De martes a sábado, de 13.00 a 22.00h.
Teléfono: 933 25 26 59. Mejor reservar.
Web: Bodega 1900
Según Cultibar
Juegan -es el verbo- con el blanco pulcro, el hierro fundido, los tomates en ristras y las bóvedas centenarias en un concepto de restauración en el que nuestros abuelos no estarían desubicados. Con barras auténticas y mesitas desenfadadas a la entrada y educadas en el interior, la Bodega 1900 es un homenaje a ese tipo de establecimiento que ha dado de comer y hablar a generaciones, con vino y vermut, patatas y anchoas e interacción horizontal (tus compañeros de mesa) y vertical (tu camarero). Porque aquí las condescendencias de servicio gastronómico Adriá se pierden. El camarero es amigo, asesor y guía. Es pieza fundamental para reafirmar el 75% y entender el 25%.
A la Bodega irás a hacer el vermut (tienen varios y ellos mismos producen uno), a picar entre horas en superficie (con cualquier escabeche o conserva) o a comer largo en formato ración. Quizá acudas a por el aperitivo informal y unas navajas caseras, y una tapa de algas o aceitunas esferificadas sobre mesa te recuerden el nombre del chef que está detrás del negocio. Albert Adriá ha planteado un viaje con el producto como protagonista. Sobre carta fija (ese 75% de la oferta), aparecen los indiscutibles de la conserva histórica, aquí tratados con esmero y eliminados si ese día su calidad no es la óptima, pero también aportaciones gastronómicas que dan fe de la trayectoria del maestro, y que complementan con un acierto sorprendente a sus parientes vastos. Son creaciones con jamón siempre Joselito-, con molletes sobre calamares o presas tratadas con cariño.
El otro 25%, el que cambia según producto y opinión principal, te lo dirá ese jefe de sala de nombre y cara de Ángel o lo descubrirás leyéndolo sobre pizarra -como antaño- con un ojo mientras el otro rastrea la historia de elBulli plasmada en pared vía fotografía. Comentando lo que dicen ambas retinas, charlarás con el personal sobre lo que es el producto virgen y te explicarán cómo lo persiguen noche y día en La Boqueria. Entonces, en acción aparecerá el chef padre para reclamar la atención del jefe de cocina. “Pedro: ¡Ya sé cómo hacer las nuevas setas!”. Juguemos.
La confianza se gana rápida en esta bodega, por lo que será fácil que te sorprendan tras el ágape con una copita de su propio licor. Cada restaurante de la gran familia Adriá-Iglesias tiene el suyo. El de la Bodega 1900 contiene ratafía de nueces, licor de chocolate, de vainilla, ron “y otro cosa más que no diré”. Ángel…
La experiencia Cultibar
Fórmulas gastronómicas propias del siglo XXI servidas en un paisaje de bodega. Degustar platos con media vuelta o vuelta entera rodeados de «humildad» decorativa. Entrar, sentarse, observar y no pensar. Cuando los genios bailan a tú alrededor no es necesario tomar decisiones. Sorprendednos.
La primera barra a la izquierda es sinónimo de barrio. Los de toda la vida sacian su curiosidad degustando lo de siempre alumbrados por la lámpara maravillosa. Cerca, una exposición de conservas y escabeches lustrados les hace sentir más seguros, evitando una terapia de choque excesivamente atrevida. Optamos por las mesas interiores, donde la luz brilla con mayor intensidad. Los genios aparecen, marcan el ritmo a expensas de una clientela entregada. Jugamos dispuestos a perdernos en explicaciones que tan sólo algunos pueden entender en su totalidad. Lanzados, decidimos comprar el comodín del 25%, el de la sorpresa diaria. No hay vuelta atrás, la luz ya brilla en su máximo esplendor.