Dice el budismo que para alcanzar el Nirvana debes renunciar a tus deseos “mundanos” y pasar un camino de ocho duras exigencias mediante meditación. Sin tanto sacrificio, los hermanos Iglesias proporcionan un atajo y ofrecen tan anhelado objetivo con tres simples pasos. A saber: pedir una caña fresca, tapear con amigos y pagar a medias. Así de fácil. Quizá no llegues al estado máximo de pureza espiritual que se busca en el Tíbet, pero sí al “Nirtapa” que preconizan los hermanos Iglesias, esos restauradores catalano-gallegos que llevan años en el oficio del buen comer en la ciudad condal.
Dirección: Lleida, 7
Precio medio: 25-30€
Imprescindible: Ir con amigos y pedir la caja de bombones que Escribà ha elaborado ex profeso para el local. “Siete deliciosos y uno de muy malo”, dicen. A quién lo toque éste pide las copas.
Horario: Todos los días de la semana de 13.00 a 16.00h y de 20.00 a 23.30h. Cerrado domingo noche y lunes.
Web: Rías de Galicia
Según Cultibar
El camino exacto hacia el Nirvana, o el Nirtapa -por dos consonantes-, queda pormenorizado en una carta divertida, colorista y amena, parecida a un cómic, que refleja a la perfección el giro que los restauradores -socios también del Tickets de Albert Adriá- han dado a esta antigua brasería aledaña a su casa madre, el Rías de Galicia. “Queremos que la gente se divierta, que coma bien y que pase un buen rato”. Habla Borja Iglesias, impecablemente vestido, sentado en una de las múltiples mesas (no hay barra) que pueblan los dos pisos de ambientación coherente de esta denominada Casa de Tapas La Cañota.
La diversión la han conseguido mediante colores y dibujos (los de la fachada son de Anna Pujadas) y mediante una propuesta a lo Tickets -salvando las distancias- que ya ha conquistado al público en el escaso año que lleva funcionando. «Se trata de reír y pasarlo bien a base de tapas, siempre bajo el sello de calidad del que ha hecho gala históricamente el Rías de Galicia». Son platos en miniatura de pescado (pulpo, navajitas, almejas, anchoas…), de carne (tacos de butifarra, manitas de cerdo, codorniz deshuesada…) o versiones de clásicos indispensables de la tapería española como las bravas, (4,20€) que aquí se sirven con patatas al horno de brasa y con la salsa patentada por el pequeño de los Adriá, la ración de Ibérico cortado a mano (12€) o las alitas de pollo -moleculares, las llaman- (6,50€), presentadas en coctelera bajo el sello en este caso del genio de L’Hospitalet.
A destacar las tapas típicamente gallegas (impecable, cómo no, su empanada) o las que, periódicamente, cocineros con Estrella Michelín presentan y legan al bar. Exitosa fue la Burguerbull de Dani García (de Calima, en Málaga), a base de rabo de toro, y “que hemos tenido que integrar en carta por la demanda que tuvo”. Para los más fieles del restaurante madre, los del producto al por mayor, La Cañota ofrece arroces (14€) o platos de contundente carne (entrecotte de ternera de Galicia, 18€; chuletón de buey a la piedra, 42€, etc.), además de raciones más chicas de clásicos de la carne gallega y universal como los tacos de carrillada (10,60€) o los muslitos de pollo de granja (2,40€ la pieza).
La fiesta de la tapa se redondea si se comenta el precio de la caña (1€) -de ahí que el primer precepto hacia el “Nirtapa” sea más fácil de cumplir-, la selección de vinos que presenta (de casi todas las DO) o la correcta carta de postres, nada habitual en un lugar de tapeo. Ahí aparece otra vez la magia de la cocina del Rias con unas manzanas bravas de estética peculiar, o la piña cocorrón (ambas por 6€), además de la sonrisa final en forma de ColaJet, Drácula o FrigoPie. Sí, esos helados de toda la vida que “Juan Carlos y yo hemos querido recuperar”, bromea Borja.
Es, simplemente, un guiño más de un bar divertido, que transforma el ágape en una fiesta y que nos encamina hacia ese gozo total. Porque ya habremos cumplido dos de los tres mandatos del Nirtapa. El tercero, el de pagar a medias, quizá lo incumplamos. No por ateísmo, por caro o egoísmo; es por simple catalanidad…
La experiencia Cultibar
Bajamos las escaleras e inevitablemente clavamos nuestra mirada en la zona habilitada para cortar el jamón. Es un espacio pequeño pero nos dice mucho, demasiado. Es producto, tradición, arte y cercanía al tener la oportunidad de conversar mientras esperas un corte preciso. La sincronización de nuestras mentes aparece al percibir la inexistencia de una barra. Sentimos como si nos hubieran clavado un puñal en el alma, pero todo lo que nos rodea es tan sumamente gratificante que olvidamos tal desliz al segundo.
La predisposición del equipo de camareros nos enamora. Son miradas con ilusión, imposibles de fingir a menos que nos encontráramos ante los nominados de la ceremonia de los Óscar. Tal realidad nos engancha, nos atrapa y entramos en un espiral de sensaciones humano-culinarias que no queremos que termine.
Los silencios entre caña y caña nos permiten estar atentos a la conversación de la mesa de al lado. Abuelo y nieto, clasicismo y modernidad, Rías de Galicia y La Cañota. En definitiva, evolución sin pérdida de orígenes fundidos en una misma mesa.
Todo es mejorable
Alabamos el juego de palabras en su filosofía, pero criticamos el nombre que han encontrado para el chupito creado para la despedida. “Gilimonger” lo llaman. El brebaje es bueno, la verdad, pero quizá en esa propuesta de divertimento y provocación jueguen con fuego en nomenclatura y diseño. Puntillosos, cabe duda.
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Si a mi me gusta mucho este lugar. Las bravas son muy buenas y las croquetas, la carne, navajas..hay muchos platos buenos…de hecho ya he reservado una mesa grande para amigos para esta noche despues de la Rua! Casi en la ruta de carnaval! Perfecto!
SI, LA VERDAD ES QUE SI NO LLEGAS AL EXTASIS, SE APROXIMA MUCHO. PRUEBES LO QUE PRUEBES ES EXCELENTE. GRACIAS POR DEJARNOS DISFRUTAR DE VUESTROS PLATOS,
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