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Moma.- Las siete diferencias

Monika es sumillerOro parece, plata no es. Juguemos a las siete diferencias con un pincho de pollo al curry y una copa de Priorat. Hagámoslo desde lo más profundo del barrio de Sants, desde un restaurante de cuidada estética y artístico nombre. Y hagámoslo desde su barra, que hemos reservado por teléfono. El tiempo del juego dependerá de nosotros; la hora aproximada y el día vendrán condicionados. Qué amenos resultan los estereotipos y trampantojos cuando acabas sorprendiéndote con verdades que gustan. No estamos en Nueva York -quizá sí en Bilbao-, pero bienvenidos al Moma, un bar de contrastes, matices, detalles. O era un restaurante…

Dirección: Riego, 25
Precio medio: Pinchos, 1,50€. Menú de mediodía, 11€. Platos: Huevos estrellados, 6,75€; lomo de atún maridado con soja, 9,90.
Imprescindible: Disfrutar del Pintxo Pote y cenar a tapas cantadas. Guardar sitio para el de Kellogg’s.
Horario: De lunes a viernes, de 09.00 a 17.00.  Jueves, viernes y sábados, de 20.00 a 02.00h. 
Web: Moma

Equívocos nominales

Moma, contrastesCierto es que la tipografía cambia pero la mente cruza el Atlántico al leer el nombre. Te asomas, además, y descubres pulcritud. Piensas. Los ojos siguen su recorrido y chocas con un par de cuadros y alguna frase célebre garabateada en el techo. Y has llegado a Nueva York, estás delante de uno de los museos más famosos del mundo, pero tienes que volver a hacer las maletas. El nombre del restaurante viene de las dos primeras letras de los nombres de sus propietarios. Mónika y Marc. Primer descarte.

Diseño en Sants

La vida siempre nos regala el poder romper con nuestros prejuicios. Moma nos brinda una fantástica oportunidad. Una mirada fugaz nos permite realizar un juicio rápido para tomar una decisión. En Moma, la mirada traiciona, como el nombre. Hablamos con Mónika y nos tranquilizamos: “La gente del barrio al principio no entraba”. Nuestros ojos ven moderno, blanco, cuidado, estilo, orden. Resumiendo, muy poco Plaza d’Osca; mucho más Tuset o Born. Lo que sentimos dentro, al bajar el primero de sus escalones no concuerda con el ambiente creado. Decoración rigurosa para un lugar cercano, humano, dónde cabe la palabra improvisación.

Cambio de formato

nos vamos de potesDe origen vasco pero forjada en las salas de restaurantes barceloneses, el alma máter del local ama el servicio. Quería un restaurante de carta, que está, pero es su barra de pinchos euskaldun-mediterráneos la que se ha impuesto. La gente acude al Pintxo Pote diario que organizan (pincho y zurito o sidra por 2,20€) sólo por las noches, invadiendo un espacio que su jefa, en un mundo ideal, hubiera deseado que fuera para cenas de cuchillo y tenedor. Es la dictadura de la demanda. La que quiere sin restricciones de mesa una sidra, un Txakolí o un tinto del Penedés, o un blanco. Se aceptan discusiones de origen con fundamento. Bienvenidas sean.

Kellogg’s en pincho

Algunos de los pinchos estrella de MomaAbre también para desayunos pero entonces no puedes pedir cereales. Sí que los ofrecen por la noche en formato tapa, acompañando un pollo al curry y cebolla caramelizada. Porque la cocina en miniatura vive en Moma como si le hubieran guardado una sala especial del museo. Sobre barra o en bandeja de camareros aparecen creaciones que valen la visita: salmón ahumado relleno de queso fresco a las finas hierba; Txaka:, el pincho base del País Vasco a base de mayonesa con cangrejo; el serranito,  jamón con huevo frito de codorniz y pimiento verde de Padrón; el Laurel, champiñón a la plancha con gamba y ajo verde, en recuerdo de la mítica calle logroñesa, o un más sencillo pero acertado bacalao a la miel.

Juguemos a los trampantojos

Porque los sentidos pueden mentir, Moma es un juego y luce con esplandor con los pinchos calientes, los que aparecen cuando el ambiente se anima. Ahí, la joya de la casa es el Ferrero Rocher: una bola de color negro y dorado, pero con morcilla de cebolla, compota de manzana y almendra caramelizada en vez de chocolate. Sigue el juego.

Un vasco sin madera

Por las noches se llenaSin coherencia temporal, la mente sigue prejuzgando a mediodía. Moma es un restaurante blanco, sin maderas ni bidones de vino a la vista. El origen vasco de la propietaria no se entrevé ni cuando abre la boca. El catalán fuído es alarmantemente gratificante. Así, estamos en un restaurante bien, más acorde a un coulant que a unos huevos estrellados. Hay para todo. La carta resume lo mejor de allí y de aquí, con carpaccio de ternera, tronco de merluza al estilo Donosti, lomo de atún tipo tataki y, cómo no y también en plato, bacalao a la miel. Que se note el origen. La entraña se guarda para gourmets.

La guinda final

La parte visual-gastronómica está superada. La social, inherente a nuestra manera de proceder, sumará el séptimo de caballería. Todos esperamos, aunque sea en nuestro subconsciente, un determinado trato según el perfil de local en el que nos adentramos. Moma sugiere rigurosidad, excelencia e incluso frialdad en el trato humano. Nuestro esquema mental vuelve a romperse al chocar con la realidad. Moma te mira a los ojos, te da calor, opinión y quiere aprender de ti. Moma no quiere que seas una mesa, un pinxo o una parte de la barra, sino que seas tu mismo. Aporta.

Ha terminado el juego. Hemos resuelto las siete diferencias, o eran contradicciones, o eran contrastes. Y hemos ganado, quizá un pincho pagado entre amigos que quieren paz. Empieza una nueva partida. Algo nos inventaremos para, codo en barra, discutir de cereales y denominaciones de origen.

Localización

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